Los Síntomas Económicos de la Violencia de Género

síntomas económicos #mujer#violenciadegénero
Especial Día Internacional de la Mujer
Una advertencia: Si eres mujer…
Hace un año escribí mi primer especial conmemorativo del día internacional de la mujer, y aunque para ese momento ya estábamos en confinamiento por la pandemia del Coronavirus, no imaginaba como esto podía afectar mayormente a tantas mujeres.
Las mujeres resultaron ser el grupo más vulnerable ante los efectos económicos y sociales de la pandemia. Al mismo tiempo; curiosamente, son la población con menor índice de contagio y de mortalidad por Covid-19. Por tanto, desde un punto de vista médico-epidemiológico, las mujeres no están consideradas un grupo de riesgo en esta pandemia.
Caímos en el sesgo del cálculo paramétrico, de la relación texto-contexto, del cálculo de la continuidad que niega el cambio y la creatividad, del actor social bajo el supuesto (implícito) según el cual, el futuro es una reproducción del pasado.[1]¿Cómo podríamos saber lo que ocurriría en los hogares confinados por la pandemia? No teníamos precedentes para analizar.
Mientras los indicadores de criminalidad demostraban como la mayor parte de los delitos disminuyeron sustancialmente como resultado de las medidas de confinamiento, todos los países reportaron un desproporcionado aumento de la violencia familiar y de género, [2]que dejó en evidencia los problemas subyacentes en la estructura social: síntomas económicos, lagunas legislativas y la inexistencia de políticas adecuadas para contrarrestar la desigualdad de género. Y de esto sí que teníamos una marea de datos para analizar, pero de nuevo, el cálculo paramétrico y la visión de túnel que impide comprender la interacción entre variables y problemas, limita el alcance de las ciencias sociales verticales para comprender los hechos y mucho menos para predecir el futuro.
Esta advertencia respetuosa va dirigida a las mujeres. Advierto que el rigor científico metodológico positivista ofusca la capacidad que tiene la ciencia criminológica para comprender el escenario-situación de las mujeres en su complejidad.
La desigualdad de género está tan bien instalada en la conciencia colectiva, que se ha convertido en parte del “paisaje social”. Solo cuando saltan las alarmas con los casos de violencia o feminicidio, se recuerda que estos problemas están estrechamente relacionados a la falta de independencia económica de las mujeres y a la disparidad en las responsabilidades de cuidado familiar y labores domésticas, entre otras cosas.
La crisis que deriva de la pandemia está incrementando las brechas de desigualdad en las mujeres y según observadores internacionales como ONU Mujeres, la emergencia prolongada, combinada con la falta de reformas para proteger los derechos laborales en las féminas, tendría la capacidad de cancelar décadas de logros en igualdad de género, haciendo retroceder el reloj en cincuenta años.[3]
Soy mujer y no puedo ser indiferente ante un problema que nos concierne a todas. Como criminóloga no puedo conformarme con mirar fríamente los datos estadísticos, cortando la parte que me interesa estudiar desde mi cubículo.
La violencia contra las mujeres tiene un “¿por qué?” que se refiere a los actores y sus motivaciones, pero también tiene un “¿cómo?” (No estoy hablando del “modus operandi”), un campo de acción, un proceso con relaciones causales o problemas concatenados que, en mi opinión, tienen matices en lo polí tico, económico y social. Podríamos llamar a esto los “síntomas” de la violencia de género para comodidad del lector, en sintonía con el lenguaje médico que nos envuelve en estos tiempos de pandemia, pero sin perder de vista que son problemas sociales y no abstracciones.
Con la mayor estima,
Raquel Rondón
La Situación Económica de las Mujeres como Señal de Alerta de la Violencia de Género.
La violencia de género es parte de una progresión de otros problemas sociales entre ellos, los modelos intrafamiliares nocivos como la distinción de roles según el género, el machismo y el abuso.
Aunque es difícil ofrecer una definición única de la violencia de género, ya que se trata de un término que expresa muchas y muy diversas situaciones, existe un acuerdo sobre ciertas condiciones que debe reunir una conducta para ser definida como violenta: a) Contexto social interpersonal o intergrupal, b) Intencionalidad, y c) Daño como consecuencia del acto agresivo. Es así, como la violencia se define como una acción realizada con la intención de herir o dañar a alguien o a algo, con matices según su intensidad y su carga peyorativa.[4]
Desde la psicología social, se ha comprendido que una sociedad tolerante de la violencia es uno de los factores macrosociales que puede favorecer la aparición de violencia familiar, y a su vez; la violencia familiar, puede producir manifestaciones violentas dentro y fuera de la familia. La violencia de género incluye toda la violencia contra las mujeres, no solo la violencia contra las mujeres en el ámbito familiar.[5]
En ese contexto, los factores de riesgo de la violencia de género no se encuentran supeditados a la estructura familiar o a las tensiones entre sus miembros. Todos los estudios demuestran que la pobreza, la falta de acceso a la educación y al mercado de trabajo, así como la falta de seguridad económica en las mujeres, son factores de riesgo que las exponen a ser víctimas de situaciones de abuso y violencia.
Según el informe Covid-19 Global Gender Response Tracker de ONU Mujeres,[6] a nivel mundial, el costo humano de la pandemia ha afectado profundamente varios aspectos de la vida de las personas y especialmente de las mujeres, pues se han profundizado las desigualdades de género preexistentes con repercusiones en el mercado laboral y la calidad de vida.
La pandemia ha tenido un impacto social adverso, intensificando la violencia contra las mujeres y las niñas, la carga del trabajo de cuidados no remunerado y la inseguridad económica de las mujeres debido a la pérdida de ingresos, medios de vida y puestos de trabajo.
En general, las respuestas políticas en la dimensión de género, han sido insuficientes. De un total de 248 medidas económicas adoptadas en los 17 países reseñados en el informe, solo 82 fueron medidas sensibles al género. Los datos muestran que aunque los gobiernos han llevado adelante políticas de prevención de la violencia contra las mujeres y las niñas, y medidas para apoyar a las mujeres sobrevivientes de violencia de género; han descuidado la implementación de políticas contra la inseguridad económica de las mujeres y el aumento de la carga de cuidados no remunerados.
La carga en las tareas de cuidado incrementada por el cierre de escuelas y el aislamiento de los ancianos, trajo como consecuencia un incremento en el desempleo de las mujeres. Según datos obtenidos en la Unión Europea, el 25% de las mujeres señaló que las responsabilidades de cuidados y otras tareas de índole familiar y personal son la razón de su ausencia en la fuerza de trabajo, en comparación con el 3% de los hombres.[7]
En julio de 2020, el McKinsey Global Institute informó que la crisis del coronavirus hizo que los puestos de trabajo ocupados por las mujeres fueran 1,8 veces más vulnerables que los puestos de trabajos ocupados por los hombres. Según las estimaciones, la falta de políticas para abordar la desigualdad de género en el lugar de trabajo durante la crisis actual costaría al mundo un billón de dólares para 2030, en cambio, actuar ahora sumaría trece billones al PIB mundial en diez años.[8]
Las crisis agudizan los problemas existentes. Los datos recopilados por la ONU indican que las mujeres de todo el mundo son las más afectadas por el impacto socioeconómico de la pandemia. En promedio, en todos los países ganan menos, ahorran menos, tienen más probabilidades de desempeñarse en trabajos precarios, con poca seguridad o sin protección.
Algunos historiadores e investigadores han señalado que durante las crisis del pasado, todo el mundo sufrió económicamente a corto plazo, pero los ingresos de los hombres volvieron a cierto grado de normalidad mucho más rápido que los de las mujeres.[9]
Las crisis agudizan los problemas existentes.
En la mayoría de los países, las mujeres en promedio ganan sólo entre el 60 y el 75 por ciento del salario de los hombres. Los factores coadyuvantes incluyen el hecho de que es más probable que las mujeres se desempeñen en tareas domésticas o trabajos familiares no remunerados.
Las mujeres tienen más probabilidades de dedicarse a actividades de baja productividad y a trabajar en el sector informal y menores posibilidades de movilidad al sector formal que los hombres; sosteniendo la idea sobre la “dependencia económica de las mujeres”. Además, las mujeres tienen mayor probabilidad de desenvolverse en sectores no organizados y sin representación sindical.
Se estima que en todo el mundo las mujeres podrían aumentar sus ingresos hasta en un 76% si se superara la brecha de participación en el empleo y la brecha salarial entre mujeres y hombres. Se calcula que esto tiene un valor global de 17 billones de dólares estadounidenses.[10]
Las mujeres tienden a tener menor acceso a las instituciones financieras y mecanismos de ahorro formales. Mientras el 72% de los hombres informa tener una cuenta en una institución financiera formal, esa proporción es de sólo el 65% en el caso de las mujeres en todo el mundo. Esta disparidad es mayor en las economías de ingresos medios bajos, así como en Asia meridional y en Oriente Medio y África del Norte.[11]
El aumento en la educación de las mujeres y las niñas contribuye a un mayor crecimiento económico. Un mayor nivel educativo favorecería aproximadamente en un 50% el crecimiento económico en los países de la OCDE según datos de los últimos 50 años, de lo cual más de la mitad se debe a que las niñas tuvieron acceso a niveles superiores de educación y al logro de una mayor igualdad en la cantidad de años de formación entre hombres y mujeres. Un estudio que empleó datos de 219 países obtenidos entre 1970 y 2009 encontró que, por cada año adicional de formación para las mujeres en edad reproductiva, la mortalidad infantil disminuyó en un 9,5%.
Sin embargo, para la mayoría de las mujeres, los logros sustanciales en educación no se tradujeron en la obtención de mejores resultados en el mercado laboral. Las brechas de género en las labores domésticas y familiares limitan el acceso de las mujeres al trabajo formal, que terminan por quedarse en casa para responder a las necesidades de cuidado.
Las mujeres estaban en desventaja situacional incluso antes del Covid-19, pero el impacto de la pandemia está ampliando de manera preocupante las brechas existentes. Trabajar desde casa ha puesto de relieve y ha agravado la pesada carga del hogar. Así mismo, la reapertura de la oficina puede forzar a nuevos sacrificios profesionales debido a la incertidumbre sobre la apertura de las escuelas y los elevados costo de la atención privada, además de las preocupaciones sobre la salud de los abuelos, que a menudo forman parte de la red informal del cuidado infantil.
Las responsabilidades familiares, las reglas tradicionales relacionadas con los roles de género, así como los salarios más bajos, siempre han empujado a las mujeres a entrar y salir del mundo laboral. Incluso a las mujeres de carrera profesional, una vez en el “camino de la maternidad”, ganan menos y tienen menos oportunidades de progresar. Es un círculo vicioso que relega el universo femenino a una posición de constante desventaja económica y social.[12]
A causa de la pandemia y la caída económica, al inicio de septiembre de 2020, las Naciones Unidas señalaba que la tasa de pobreza entre las mujeres habría aumentado en 9,1%.
Escuchar los Síntomas y Atender la Multicausalidad.
La sociedad en pleno se beneficiaría con la disminución de las tensiones y la violencia. Una respuesta articulada que mejore la convivencia, garantizando una equitativa participación de mujeres y hombres en los espacios familiares, económicos y políticos, traerá resultados positivos a corto y largo plazo, con efectos favorables que alcanzarían a las generaciones futuras.
Las políticas de desarrollo sostenible no pueden disociarse de temas como la violencia de género y la desigualdad económica en las mujeres. La inclusión de las mujeres trae crecimiento económico y suma bienestar social.
La desigualdad se vierte en una situación que daña profundamente el bienestar humano y la dignidad de las mujeres. Mantener las brechas existentes significa ejercer una violencia económica orgánica desde el propio Estado y la sociedad al lesionar los derechos humanos económicos de la población femenina. Una violencia económica de Estado.
La incorporación de las mujeres al empleo formal amplía su círculo de apoyo emocional, a través de nuevas amistades y conocidos, y esto es un importante factor de protección ante el riesgo de violencia. Además, al ganar y administrar sus propios ingresos y recursos económicos, adquieren seguridad, estabilidad y autoestima, lo que les da la posibilidad de salir con más facilidad de situaciones de maltrato.
Una mujer aislada, confinada en los muros del hogar, pobre, sin ahorros, sobrecargada de trabajo doméstico y sin un lugar donde escapar, podría sentir, que no tiene otra opción que convivir con su maltratador.
El sector privado tiene un rol importante en la incorporación de las mujeres al empleo formal, además se ha demostrado que incluir a las mujeres en las actividades económicas es un buen negocio. Las empresas se benefician enormemente al aumentar las oportunidades en cargos de liderazgo para las mujeres, algo que ha demostrado aumentar la eficacia organizacional. Se estima que las compañías donde tres o más mujeres ejercen funciones ejecutivas superiores, registran un desempeño más alto en todos los aspectos de la eficacia organizacional.[13]
Los países conducidos por mujeres, como Alemania, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Nueva Zelanda y Taiwán demostraron una mayor capacidad de liderazgo a la hora de gestionar la pandemia,[14] lo que debería ser una invitación para dar mayores espacios de participación política a las mujeres en todo el mundo.
Países conducidos por mujeres
Las mujeres son talentosas, productivas, capaces de ejercer actividades en todos los sectores económicos y sociales. Están en grado de desempeñar cualquier profesión u oficio y es un derecho fundamental e inalienable poder acceder a los mismos espacios y oportunidades que los hombres.
Se necesita voluntad de aquellos que ejercen posiciones de poder, tanto en el sector privado, como en el público, lo que permite construir viabilidad política necesaria para estos cambios, reforzando la ética y el respeto. Comprendiendo que la violencia y la desigualdad de género no son problemas domésticos que puedan encerrarse en cuatro paredes.
Probablemente para quienes gobiernan pueda ser difícil comprender la totalidad del problema y las interacciones entre variables, pues se trata de un problema cuasiestructurado donde todo está conectado, pero esto no puede ser excusa para caer en la improvisación, el inmediatismo y el accionismo sin reflexión, que ignora parte de la solución de la violencia de género.
[1] Matus Carlos, 2000: Teoría del Juego Social. Fondo Editorial Altadir.
[4] http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1132-05592006000300002
[5] Ibídem.
[7] EuroStat. 2014 (según lo consultado en ONU Mujeres, de próxima aparición en abril de 2015, “El Progreso de las Mujeres en el Mundo 2014 Capítulo 2 p. 22.)
[9] Ibídem
[10] https://www.unwomen.org/es/what-we-do/economic-empowerment/facts-and-figures
[13] Idem 9
[14] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52295181